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sábado, 24 de septiembre de 2016

EL RELATO DE HOY





RELATO 8

Por Hugo Covaro (*)




     En este páramo, que presta su soledad añosa, el hombre de sal ejercita sus oficios. Lánguidos chiveros. Sogueros de lentos mediodías. Chulengueadores. Rastreadores de pumas. Hacheros de monte bajo. Juntadores de lana mortecina. Tejedoras de matras dolorosamente hermosas. Mujeres silenciosas con hechura de barro. Abuelos cavilosos con la piel de alfarerías.

     Rufino Nahuelquir era zorrero.

     En sus ojos neblinosos de lejanías, se podían ver todos los salares. Pisándose la sombra, encorvado, partiendo en dos la paz de los picaderos, andaba tras el rastro de los zorros, quemado de inviernos. Con las trampas sobre el hombro, aparecía de los cañadones como salido de la tierra. Era un viento inmemorial que olía al incienso resinoso de los molles silbadores.

     El tiempo, detenido en sus harapos, dormía su índole de pájaro resguardando su corazón de tinaja.

     –Tenés que elegir güen sitio –me decía–. En lo posible bajo una mata grande así podés atar el alambre de la trampa. Que tenga matas también a los costaos, así el zorro tiene que dentrar a la juerza y de frente. Hacé un pocito en la arena y colocala con la traba puesta. Ponele un papel encima y, despacio, andá echándole tierra hasta taparla. Pasale una rama pa’ borrar los rastros. Dispués venite arrastrando una osamenta un largo trecho y colgale, un poco adelante, el cebo bien amarrao a una buena mata. Pa’ que el ladino no disconfíe, hacé fuego cerca y oriná donde hiciste campamento.

     La salina, con su antigua memoria de mar, lo veía regresar de revisar las trampas, como quién va del silencio al olvido.

     –Si hay un ñerrí trampeao, no le tengas miedo a los gruñidos que pega. Que los perros lo empaquen a puro ladrido, pero que no lo muerdan. Vos arrimate con el palo y tratá de pegarle en el hocico. Si le das justo cae seco, de seguro. Ahí nomás cuerialo y estaquialo bien tirante. Eso sí, cambiá de sitio la trampa...los zorros olfatean el olor a sangre y le arisquean...

     Todos los rumbos de la sal tienen las pisadas de sus alpargatas. Tal vez un día de éstos, casi viento, salga a borrar los rastros de los zorreros, antes que la muerte le ponga la mirada de agua. Entonces, juntos, veremos crecer la tierra como un vientre, en el sitio donde bajan los dioses indios. Será para el tiempo de los días largos. La calandria, parada sobre la rama más florida, cantará su ausencia con el pecho embarrado de crepúsculo.





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. Este relato fue tomado de su libro “Luna de los salares”. (1985)

lunes, 19 de septiembre de 2016

LOS POEMAS DE HOY


TRES POEMAS BREVES DE JUAN CARLOS MOISÉS (*)







EL QUERIDO


Según el último censo
nacional,
mi pueblito, el querido,
el natal, tiene más o menos la misma
cantidad de habitantes
que cuarenta años atrás;
eso porque no contaron árboles,
sueños, pajaritos, nubes, aguaceros,
todo lo que respira
y queda para siempre.



HAY UNAS CUANTAS PALABRAS


Hay unas cuantas palabras
que quisiera reunir.
Haciendo cálculos
creo que me llevaría
toda una vida reunirlas.
Les debo ese poema.




LAS MIGAJAS


Me dirás
que las migajas que quedan
en el mantel después del desayuno
hay que arrojarlas
en la bolsa de residuos
y no como acabo de hacer
al desparramar todos los minúsculos
desperdicios de pan en el patio,
delante de la puerta,
porque me gusta ver después
a pajaritos que vienen por ellos
en bandada,
sintiéndome por un instante
el ensayo doméstico de aquél
que según lo previsto
algún día vendrá a repartir
los panes verdaderos.





(*) Extraídos del volumen de poesía titulado “Animal Teórico” – Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2004.


martes, 13 de septiembre de 2016

LA NOTA DE HOY





 LEONOR MARÍA PIÑERO
Y EL NACIMIENTO DE LA CRÍTICA EN LA LITERATURA PATAGÓNICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives




“-… ¿Sobre qué escribe usted? – preguntó la señorita Bordereau.
- Sobre los libros de otros. Soy un crítico, un historiador en pequeña escala. – …   - ¿Y qué otros, entonces?
- Ah, gente mejor que yo: los grandes escritores, principalmente; los grandes filósofos y poetas del pasado; los que se han muerto y no pueden hablar por sí mismos.”
                                                                     
                                                  (Los papeles de Aspern. Henry James)


Los libros, a veces, se difunden de boca en boca. Si el lector recuerda cómo llegaron a sus manos los ejemplares que más ha disfrutado, es probable que tenga presente a alguien que se lo recomendó, regaló o prestó… aunque esto último no es algo popular entre los bibliófilos. Otras veces, la divulgación se hace por medio de la propaganda; que golpea al lector desde un afiche callejero o un aviso en los diarios. El libro se publicita como cualquier otro producto. Así pueden verse librerías donde se exhiben los ejemplares dispuestos en pilas, al estilo de las latas de conserva en un supermercado; una curiosa muestra que prioriza la cantidad sobre la calidad.

Pero hay una tercera forma: la divulgación por medio de los comentaristas y otros cultores de la “metaliteratura”; cuyos trabajos llegan al público como nuevos textos o breves notas literarias. La figura del crítico aún no está bien afianzada en la Literatura Patagónica, pese a que muchas personas han cumplido, y están cumpliendo, ese papel. Entre ellas se destaca una escritora que además de crear su propia obra, decidió propalar la de sus colegas; tanto los patagónicos como los de otras latitudes que se inspiraron en la zona. Se trata de la fueguina Leonor María Piñero.

Pocos datos tenemos sobre sus primeros años de vida. Si bien no habría nacido en Tierra del Fuego, su familia estaba asentada desde mucho tiempo atrás en la zona. A principios del siglo XX su padre, Esteban Piñero, administraba la estancia La Criolla; al sur de Río Grande. A su muerte en 1930, quedó a cargo del campo su esposa, Berta Patella, progenitora de la escritora. Con el tiempo, Leonor se radicó en Río Grande; donde vivió la  mayor parte de su vida.

Su hermana mayor, la pintora Venus Videla, frecuentaba los ambientes artísticos. Así Leonor conoció desde chica a referentes de la cultura y el periodismo, que le permitieron canalizar su vena literaria. Comenzó a publicar en 1947 sus artículos en periódicos; y en 1951 editó el primer libro de relatos, “Retorno al amor y otros cuentos”. El segundo libro, de 1957, fue la “Estatua Viviente”; una novela por la que Enrique Larreta la felicitó. Luego editó el poemario “Mis palabras”, hacia 1969.

En 1971, fundó en Río Grande el quincenario “La Ciudad Nueva”. Fue, también, la primera corresponsal en la zona de algunos medios de prensa nacionales. Además de exteriorizar su vocación periodística, continuó con su pasión literaria; y escribió otros libros como “Pasitos en la nieve”, “Eluned Morgan, exponente de la mujer galesa”, “Cuentos para mi niño”, “Doña Rosa, la colona”; “Monseñor Fagnano”, y los volúmenes de poemas “Mis Desvelos” y “Tinta Sur”. Se recuerdan en especial sus cuentos infantiles “Chepachen” y “El Milagro de las Flores”.

Su bibliografía fue extensa y promisora. Sin embargo, la prolífica autora tuvo tiempo para mirar el panorama de las letras a su alrededor y percatarse de su riqueza. Se abocó entonces a la tarea de hacerlo conocer. Surge así una larga nota publicada en el número de agosto/septiembre de 1963 de la revista “Argentina Austral”, llamada “Ensayo de historia literaria patagónica”. Allí esboza una clasificación de la historia de la Literatura Patagónica en cuatro épocas: “de grupos autóctonos” (tradición oral); “de descubrimientos”, hasta 1850 (crónicas de expediciones extranjeras); “de organización”, hasta 1910 (relatos de viajeros argentinos); y “de evolución”, con escritores nativos y arraigados, hasta nuestros días.

Piñero también se pregunta allí si existen los “escritores patagónicos”. Y concluye que sí: los literatos nacidos y residentes en la región lo son. Sus temas, en general, son los que les brinda el paisaje comarcal; pero también tocan asuntos universales desde la óptica del ambiente particular en el que viven. Otro aporte es su intención de dilucidar la identidad de los primeros escritores nativos. Cita dos: Zacarías Herrero, un poeta maragato; y Lucas Bridges, nacido en Ushuaia y autor de “El último confín de la tierra”. Finaliza su estudio con un concepto aún válido: que “ellos (los escritores de la Patagonia) merecen que se los vaya ubicando dentro de cualquier antología argentina”.

En el tratado “Pasión y suma de la expresión argentina”, Juan Pinto reconoce su importante papel como filóloga de las letras sureñas; y menciona el extenso trabajo que, con el título “Ensayo de antología literaria patagónica”, le publicó el diario Jornada de Trelew los días 16, 17 y 18 de septiembre de 1963.

Cuando en el año 2001 el fruto de cincuenta años de tarea artística es reconocida por la legislatura de Tierra del Fuego, pronuncia unas sentidas palabras autobiográficas; las que finaliza diciendo: “Yo seguiré trabajando, dije, hasta el día que me muera; porque la literatura la llevo en la sangre como mi propia vida. Una a veces se pregunta ¿por qué escribo?, ¿por qué escribo tanto? Y será porque van surgiendo temas y una desea seguir; y sigo y sigo Y así será hasta el día que en que me vaya al otro mundo.”

El 25 de junio de 2010, a los 86 años, “se fue al otro mundo” esta artista que brilló con luz propia; pero que también tuvo tiempo para iluminar la realización de otros literatos; a quienes rescató de las sombras del pasado donde permanecían ocultos pese a la calidad de su pluma. Sin embargo, quedan aún muchos en el olvido. La tarea en la que  Leonor María Piñero fue pionera está aún inconclusa; y amerita ser continuada.





Nota: El autor quiere agradecer a Hernán, de Bs. As., detallado biógrafo de la escritora cuyo apellido desconoce, y a Mingo Gutiérrez, autor del blog “Mensajero del Río”; de cuyos textos tomó varios datos para este artículo. Visto en: http://mensajerodelrio.blogspot.com.ar

viernes, 9 de septiembre de 2016

EL POEMA DE HOY




PRESAGIO


Por Gonzalo Salesky (*)




Sé que en la vida, no importa cómo,
también el fuego se apaga con el día.
La noche es corta cuando el invierno acecha,
el tiempo cura y sana las heridas. 

Dejar de hablar no ha sido buen remedio;
sé que el presagio de luz y de agonía
se está cumpliendo, no importa cuándo llegue,
tal vez sea cerca y te encuentre dormida. 

No lo verás venir aunque se anuncie,
¿sabés qué dulce y vana es esta espera?
Porque muy pronto saldrás, será tan fácil
como volver al punto de partida.





(*) Escritor de Córdoba. Su relación con la Patagonia se materializa en la figura de su padre, Aurelio Salesky Ulibarri, el reconocido poeta regional. Este poema fue tomado de su libro “Presagio de luz” (Pixel Gráfica, 2010)